Hace unos días que he vuelto a las aulas (ahora virtuales) y basándome en esta primera semana de entreno, hoy me he parado a reflexionar acerca de unas cuantas cosas.
Todo el rollo viene ni más ni menos a que de un tiempo para acá, he estado notando que mi retentiva sufría un cierto declive y que fijar conceptos o memorizar palabras se estaba convirtiendo en una tarea más ardua de lo que recordaba.
Ahora es cuando oigo aquello de: es normal, es cosa de la edad y la falta de práctica.
Lo de la falta de práctica, vale, pasa, aunque se supone que esto era como lo de andar en bici. Pero desde luego que si me tengo quedar con esta explicación antes de la treintena… ¡apaga y vámonos!
Así que dándole otra pensada, me he dado cuenta de que en realidad no se trata tanto de una cuestión de retentiva como de una cuestión de atención: mi cerebro tiene en segundo plano tantas ventanas como mi iphone un día de fiesta.
Y es que ahora que está tan de moda eso del Multitasking yo me pregunto: ¿ha realmente evolucionado nuestro cerebro y está de verdad preparado para seguir el ritmo de nuestro Social Media? Indudablemente no.
Vivimos sobreestimulados, rodeados de miles de alertas destinadas a poner a prueba la atención de los más valientes: mensajes de Whatsapp, notificaciones de Facebook, tuits en Twitter, nuevas fotos en Instagram, mails en la bandeja de entrada y demás notificaciones varias.
Todos juntos, revueltos y disponibles en la palma de tu mano.
Leyendo acerca del tema encontré este artículo en El País en el que explica cómo el cerebro sí que es capaz de realizar acciones multitarea (en general, redes sociales aparte), pero que quien trabaja demasiado tiempo de este modo y entre los que me incluyo, tiende a sufrir más dispersión de la concentración y a dividir la atención entre las distintas actividades.
Y es que es muy habitual en los tiempos que corren, estar contestando un mail mientras suena el teléfono y que te venga un fogonazo con qué vas a hacer de cena.
También existe otro matiz importante que no debemos olvidar y es que la memoria es finita. Ésta es la conocida como «memoria de trabajo» y se define en el escrito como el espacio mental en que retenemos la información hasta hacer algo con ella.
Porque que levante la mano quien sepa hacer una raíz cuadrada sin que se lo chive Google.
Y es que nuestro cerebro es vago.Vago y listo: pensar rápido y llevar el piloto automático puesto consume menos energía que pararse a pensar y reflexionar. Y es que pudiendo economizar recursos, ¿para qué esforzarse?
Es por eso que la cantidad ingente de información disponible en la red haya hecho que ya no nos molestemos en retener conceptos, sino en perfeccionar las búsquedas para obtener el resultado deseado.
Pero cuidado porque cuanto más tiempo pasa, mejor piensa Google por nosotros.
Todo esto me da que pensar y aprovechando así a quemar unas cuantas calorías me pregunto: ¿cómo será el futuro de la generación que ha nacido con un smartphone debajo del brazo? ¿seguirán relegando su conocimiento en favor de la tecnología? ¿ocurrirá la temida Rebelión de las Máquinas vislumbrada años atrás por Stephen King?
Yo por si acaso, voy a seguir estudiando con boli y papel.